La Dama.

And if the darkness is to keep us apart
And if the daylight feels like it’s a long way off
U2

 

 

Hace una semana Aung San Suu Kyi pudo dar su discurso por el Premio Nobel de la Paz que le fue concedido en 1991 (el discurso de aceptación original lo dio su hijo Alexander de 18 años en 1991). Desde 1989 estuvo bajo arresto domiciliario por quince años.  Fue liberada el 13 de noviembre de 2010 en medio de la apertura del régimen militar que impera en Birmania. Tal vez el cambio sea solo aparente (recientemente el país abandonó el club de los únicos tres países del mundo que no comercializan coca cola): los militares egipcios muestran cuán difícil es el retorno a la democracia luego de largas satrapías.

Sin embargo luego de 21 años pudimos tener sus palabras finalmente. No conozco antecedentes similares. Por su naturaleza el Premio Nobel de la Paz ha sido otorgado a disidentes, intelectuales y a presos políticos, que se encontraban encarcelados al momento del anuncio. En otros casos los galardonados se negaron a ir a la ceremonia en Oslo por temor a no poder regresar a sus países (la misma Aung San Suu Kyi no visitó a su esposo moribundo en Inglaterra por temor a que la junta militar le impidiese entrar de nuevo a Birmania). Ni que decir de la polvareda que han levantado premios controvertidos como los de Kissinger u Obama. Pero que le haya tomado más de dos décadas a uno de sus premiados poder dirigir sus palabras al mundo es inédito. Tal vez un signo de que la opresión tiene menos aliento que la libertad.

Hay una hermosa serenidad en Aung San Suu Kyi que cautiva.

Su discurso del Nobel puede ser visto aquí: , y la disertación que dio al serle conferido un doctorado Honoris Causa en su alma mater de Oxford días después[1] en este vínculo: http://podcasts.ox.ac.uk/aung-san-suu-kyi-honorary-degree-acceptance-speech-video.

Aquí  –advirtiendo que los errores de estilo se deben a mi deficiente dominio del inglés, ofrezco la traducción de su discurso del Nobel[2]:

“Sus majestades, Su Alteza real, Excelencias, Distinguidos miembros del Comité Nobel Noruego. Queridos amigos,

Hace largos años, a veces parece que fue hace muchas vidas, estaba en Oxford oyendo en la radio el programa Desert Island Discs con mi pequeño hijo Alexander. Era un programa muy conocido (hasta donde sé aún continúa) en el que famosos de todo tipo eran invitados a hablar de los ocho discos, el libro –aparte de la biblia y las obras completas de Shakespeare-, y el único artículo de lujo que desearían tener consigo si fuesen abandonados en una isla desierta. Al final del programa, que ambos habíamos disfrutado, Alexander me preguntó si yo creía que podría ser invitada alguna vez a hablar en Desert Island Discs ¿Por qué no? Respondí alegremente. Dado que él sabía que generalmente solo invitaban a celebridades, me preguntó entonces con genuino interés, por qué razón creía yo que podía ser invitada. Lo consideré por un momento y le respondí: “Tal vez porque haya ganado el Premio Nobel de Literatura” y ambos reímos. La perspectiva parecía grata pero muy poco probable.

(Hoy no puedo recordar por qué respondí eso, tal vez porque había leído recientemente un libro de un Nobel o tal vez porque la celebridad del programa de ese día había sido un escritor famoso.)

En 1989, cuando mi difunto esposo Michael Aris vino a verme durante mi primer período de arresto domiciliario, me dijo que un amigo, John Finnis, me había nominado para el Premio Nobel de la Paz. Esa vez también me reí. Por un instante Michael pareció asombrado, entonces se dio cuenta de por qué me hacía gracia ¿El Premio Nobel de la Paz? ¡Una perspectiva grata, pero del todo improbable! ¿Qué cómo me sentí cuando de verdad fui galardonada con el Premio Nobel de la Paz? Me han hecho esa pregunta muchas veces y esta es la ocasión más apropiada para examinar lo que el Premio Nobel significa para mí y lo que la paz significa para mí.

Come he dicho repetidamente en muchas entrevistas, oí la noticia de que había ganado el Premio Nobel de la Paz en la radio una tarde. No fue una sorpresa del todo porque había sido mencionada entre las postuladas con más oportunidad de ganar por los medios durante la semana previa. Mientras redactaba esta disertación, he tratado arduamente de recordar cuál fue mi reacción inmediata al anuncio del premio. Creo, aunque no estoy segura del todo, que fue algo como: “Ah, así que decidieron dármelo”. No parecía del todo real, porque en un sentido no me sentía del todo real en ese momento.

A menudo durante mis días bajo arresto domiciliario me sentía como si ya no fuese parte del mundo real. Estaba la casa que era mi mundo, estaba el mundo de otros que tampoco eran libres pero estaban juntos en una cárcel como una comunidad, y estaba el mundo de los que eran libres; cada uno era un planeta distinto siguiendo su propio curso en un universo indiferente. Lo que el Premio Nobel de la Paz hizo fue llevarme una vez más dentro del mundo de otros seres humanos fuera de la zona aislada en la que vivía, restaurando mi sentido de la realidad. Eso no sucedió instantáneamente, por supuesto, pero a medida que pasaban los días y meses y las noticias de las reacciones al premio se esparcían por el aire, comencé a entender el significado del Premio Nobel. Me había hecho real de nuevo; me había traído de vuelta a la vasta comunidad humana. Y lo que fue más importante, el Premio Nobel había llamado la atención del mundo sobre la lucha por la democracia y los derechos humanos en Birmania. No seriamos olvidados.

Ser olvidados. En francés ‘Partir’ es morir un poco. Ser olvidado también es morir un poco. Es perder algo del vínculo que nos ancla al resto de la humanidad. Cuando conocí trabajadores migrantes y refugiados birmanos durante mi reciente visita a Tailandia, muchos gritaron: “¡No nos olvides!”. Querían decir: “no olvides nuestra situación, no olvides hacer lo que puedas por ayudarnos, no olvides que también pertenecemos a tu mundo.” Cuando el Comité del Nobel me concedió el Premio de la Paz estaba reconociendo que los oprimidos y aislados en Birmania también eran parte del mundo, estaba reconociendo la unicidad de la humanidad. Para mí recibir el Premio Nobel de la Paz significa extender mis preocupaciones por la democracia y los derechos humanos más allá de las fronteras nacionales. El Premio Nobel de la Paz abrió una puerta en mi corazón.

El noción birmana de la paz puede ser explicada como la felicidad que se levanta sobre el cese de lo que sea que atente contra lo armonioso y saludable. La palabra nyein-chan se traduce literalmente como la frescura benéfica que llega cuando se ha extinguido un fuego. Incendios de sufrimiento y lucha braman alrededor del mundo. En mi propio país, las hostilidades no han cesado en el norte; en el oeste, la violencia comunitaria que ha resultando en incendios y asesinatos estaba teniendo lugar pocos días antes de que empezara el viaje que me ha traído aquí hoy. Noticias de atrocidades en otros lugares abundan. Reportes de hambrunas, enfermedad, desplazados, falta de empleo, pobreza, injusticia, discriminación, prejuicio, intolerancia; son el pan nuestro de cada día. Por todas partes hay fuerzas negativas erosionando las bases de la paz. Por todas partes puede encontrarse un dispendio impensable de recursos humanos y materiales que son necesarios para la conservación de la armonía y la felicidad en nuestro mundo.

La Primera Guerra Mundial representó un terrible desperdicio de juventud y potencial, un cruel derroche de las fuerzas positivas de nuestro planeta. La poesía de ese tiempo tiene un significado especial para mí porque la leí por primera vez cuando tenía la misma edad de muchos de esos jóvenes que tuvieron que enfrentar la perspectiva de marchitarse sin siquiera haber florecido. Un joven estadounidense peleando en la Legión Extranjera Francesa escribió antes de caer en acción en 1916 que encontraría su muerte: “en alguna disputada barricada;” “sobre la cuesta marcada de cicatrices de una peleada colina;” “a la medianoche en algún pueblo en llamas.” Juventud, y amor, y vida pereciendo siempre en intentos sin sentido por capturar olvidados sitios sin nombre ¿Y para qué? A casi un siglo, todavía tenemos que hallar una respuesta satisfactoria.

¿No somos nosotros culpables todavía, aun cuando de una forma menos violenta, de indiferencia, de descuido al mirar nuestro futuro y nuestra humanidad? La guerra no es la única arena donde la paz muere. Donde quiera que el sufrimiento sea ignorado, estarán las semillas del conflicto, puesto que el sufrimiento degrada, amarga y enfurece.

Un aspecto positivo de vivir en aislamiento fue que tuve suficiente tiempo para reflexionar sobre el significado de las palabras y preceptos que había conocido y aceptado toda mi vida. Como budista, desde que era una niña pequeña había oído sobre la dukha, palabra traducida generalmente como sufrimiento. Mayormente ancianos, aunque a veces no tanto, las personas a mi alrededor murmurarían “dukha, dukha” cuando sufrían dolores o penas, o cuando se tropezaban con algún pequeño y molesto contratiempo. Sin embargo, fue solo hasta mis años de arresto domiciliario que le di vueltas a la esencia de los seis grandes dukha. Estos son: ser concebido, envejecer, enfermarse, morir, ser separado de los que se ama, y ser obligado a vivir cerca de los que no se ama. Examiné cada uno de los seis grandes sufrimientos, no en un contexto religioso sino en el de nuestra vida ordinaria, cotidiana. Si sufrir era una parte inevitable de la existencia, debíamos tratar de aliviarlo  tanto como fuese posible de formas prácticas, mundanas. Cavilé sobre la efectividad de los programas de cuidado pre y pos natal; sobre sitios adecuados para los ancianos; sobre servicios de salud amplios; sobre crianza compasiva y hospicios. Estaba particularmente intrigada por los dos últimos tipos de sufrimiento: ser apartado de los que se ama y ser forzado a vivir cerca de los que no se ama ¿Qué experiencia pudo haber sufrido nuestro señor Buda en su propia vida que incluyó estos dos estados entre los grandes sufrimientos? Pensé en prisioneros y refugiados, en trabadores migrantes y víctimas de tráfico humano, en esa gran masa de desarraigados de la tierra que han sido arrancados de sus hogares, separados de sus familias y amigos, forzados a vivir sus vidas entre extraños que no siempre los reciben bien.

Somos afortunados por vivir en una época en la que el bienestar social y la asistencia humanitaria son reconocidas no solo como deseables sino como necesarias. Soy afortunada por vivir en un tiempo en el que el destino de los prisioneros de conciencia de cualquier lugar se ha convertido en preocupación de personas de todas partes del mundo, un tiempo en el que los derechos humanos son ampliamente, si no es que universalmente, aceptados como derechos naturales de todos. Con cuánta frecuencia durante mis años de arresto domiciliario he sacado fuerzas de mis pasajes favoritos del preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:

 

……. desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias,

…… Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión…

 

Si se me preguntase por qué estoy luchando por los derechos humanos en Birmania los fragmentos citados arriba proveerán la respuesta. Si se me preguntase por qué estoy luchando por la democracia en Birmania, respondería que es porque creo que las instituciones y prácticas democráticas son necesarias como garantía de los derechos humanos.

Durante el último año ha habido signos de que los esfuerzos de aquellos que creen en la democracia y
en los derechos humanos han empezado a rendir frutos en Birmania. Ha habido cambios en sentido positivo; han sido dados pasos hacia la democratización. Si abogo por un optimismo cauto no es porque no tenga fe en el futuro si no porque no quiero aupar una fe ciega. Sin fe en el futuro, sin la convicción de que los valores democráticos y los derechos humanos fundamentales no son solo necesarios sino posibles en nuestra sociedad, nuestro movimiento no podría haberse sostenido a través de estos años destructivos. Algunos de nuestros luchadores cayeron en sus puestos, algunos desertaron, pero un dedicado núcleo permaneció fuerte y comprometido. A veces cuando pienso en los años que han pasado, me sorprendo de que tantos hayan permanecido firmes ante las circunstancias más penosas.

Su fe en nuestra causa no es ciega; está basada en una valoración perspicaz de sus propias fuerzas de resistencia y en un profundo respeto por las aspiraciones de nuestra gente.

Es por causa de de los recientes cambios en mi país que estoy aquí con ustedes hoy; esos cambios han sucedido gracias a que ustedes y otros amantes de la libertad y de la justicia contribuyeron a un conocimiento mundial de nuestra situación. Antes de seguir hablando de mi país, hablaré de los presos de conciencia. Todavía quedan en Birmania. Es de temer que dado que fueron liberados los detenidos más conocidos, los que quedan, los desconocidos, sean olvidados. Estoy aquí porque una vez fui una presa de conciencia. Mientras me miran y escuchan, por favor recuerden la verdad repetida con frecuencia de que un solo preso de conciencia son demasiados. Aquellos que aún no han sido liberados, aquellos que aún no han tenido acceso a los beneficios de la justicia son en mi país muchos más que uno. Por favor recuérdenlos y hagan lo que sea posible para lograr su pronta e incondicional liberación.

Birmania es un país con muchas nacionalidades étnicas y la fe en su futuro solo puede hallarse en un verdadero espíritu de unión. Desde que logramos la independencia en 1948, nunca ha habido un tiempo en el que podamos decir que todo el país estaba en paz. No hemos sido capaces de desarrollar la confianza y el entendimiento para remover las causas del conflicto. Las esperanzas se erigieron sobre los ceses al fuego mantenidos desde el inicio de los años noventa y hasta 2010 cuando se rompieron por breves meses. Un evento imprevisto puede ser suficiente para romper un cese al fuego vigente desde hace mucho. En meses recientes, las negociaciones entre el gobierno y las fuerzas nacionalistas han estado en progreso. Esperamos que pactos de cese al fuego conduzcan a acuerdos políticos basados en las aspiraciones de la gente, y en el espíritu de unión.

Mi partido, la Liga Nacional por la Democracia y yo, estamos listos y dispuestos para jugar cualquier papel en el proceso de reconciliación nacional. Las reformas que echó a andar el gobierno del Presidente U Thein Sein solo pueden sostenerse con la cooperación inteligente de todas las fuerzas internas: los militares, nuestras nacionalidades étnicas, los partidos políticos, los medios, las organizaciones de la sociedad civil, la comunidad empresarial, y la más importante de todas, la gente común y corriente. Podemos decir que la reforma es eficaz solo si las vidas de la gente  mejoran y al respecto la comunidad internacional tiene un papel vital que jugar. Ayuda humanitaria y para el desarrollo, acuerdos bilaterales e inversiones deben ser coordinadas y calibradas para asegurar que promoverán el crecimiento social, político y económico balanceado y sustentable. El potencial de nuestro país es enorme. Este debe ser fomentado y desarrollado para crear no solo una sociedad más próspera sino también más armoniosa y democrática en la que nuestro pueblo pueda vivir en paz, seguro y libre.

La paz de nuestro mundo es indivisible. Mientras que las fuerzas negativas estén sacando lo mejor de las fuerzas positivas en todas partes, todos estamos en riesgo. Cabe la pregunta de que si alguna vez podrán ser suprimidas todas las fuerzas negativas. La respuesta simple es: “¡No!” Está en la naturaleza humana contener lo positivo y lo negativo. Sin embargo, también está dentro de la capacidad humana trabajar para reforzar lo positivo y minimizar lo negativo. La paz absoluta es una meta inalcanzable. Pero es una por la cual debemos seguir trabajando, con nuestros ojos fijos en ella como el viajero que en un desierto fija su mirada en la estrella guía que le llevará a su salvación. Incluso si no alcanzamos la paz perfecta sobre la tierra, porque la paz perfecta no es de esta tierra, los esfuerzos comunes para ganar la paz unirán a personas y naciones en confianza y amistad y ayudarán a hacer nuestra comunidad humana más segura y más bondadosa.

Usé la expresión ‘más bondadosa’ luego de una cuidadosa deliberación; podría decir de una cuidadosa deliberación de muchos años. De las cosas amables de la adversidad, y déjenme decir que no son muchas, he encontrado la más amable, la más preciosa de todas, y es la lección que aprendí sobre el valor de la bondad. Cada muestra de bondad que recibí, pequeña o grande, me convenció de que nunca habrá suficiente bondad en nuestro mundo. Ser bondadoso es responder con sensibilidad y calor humano a las esperanzas y necesidades de otros. Incluso el más breve toque de bondad puede iluminar un corazón triste. La bondad puede cambiar la vida de las personas. Noruega ha mostrado una bondad ejemplar proporcionando un hogar a los desplazados de la tierra, ofreciendo un santuario para aquellos que han sido desatados de los lazos de seguridad y libertad en sus patrias.

Hay refugiados en todas partes del mundo. Cuando estuve recientemente en el campo de refugiados de Maela en Tailandia, conocí personas dedicadas que estaban haciendo todo lo posible por hacer las vidas de los internados tan llevaderas como fuese posible. Hablaron de su preocupación sobre la ‘fatiga del donante,’ la cual también podría traducirse como la ‘fatiga de la compasión.’ La ‘fatiga del donante’ se expresa precisamente en la reducción de los fondos. La ‘fatiga de la compasión’ se expresa menos obviamente en la reducción de la preocupación. Una es consecuencia de la otra. ¿Podemos permitirnos el lujo de la indulgencia de la ‘fatiga de la compasión’? ¿Es el costo de satisfacer las necesidades de los refugiados más grande que el costo de mirar con indiferencia su sufrimiento? Apelo a los donantes del mundo para colmar las necesidades de estas personas que buscan, con frecuencia debe parecerles una búsqueda vana, refugio.

En Maela, tuve valiosas discusiones con funcionarios tailandeses responsables de la administración de la provincia de Tak donde están situados este campo y varios otros. Me pusieron al corriente de algunos de los más serios problemas relacionados con los campos de refugiados: violación de leyes forestales, uso de drogas, fabricación de licor, el control de la malaria, la tuberculosis, el dengue y el cólera. Las preocupaciones del gobierno son tan legítimas como las de los refugiados. Los países anfitriones también merecen consideración y ayuda al hacer frente a las dificultades relacionadas con sus responsabilidades.

Finalmente nuestro propósito debe ser crear un mundo libre de personas desplazadas, sin hogar y sin esperanza, un mundo en el que todos y cada unos de sus rincones sea un verdadero santuario donde sus habitantes tengan la libertad y la capacidad de vivir en paz. Cada pensamiento, cada palabra, y cada acción que sume a lo positivo y al todo es una contribución a la paz. Todos y cada uno de nosotros somos capaces de hacer tal contribución. Unamos nuestras manos en el intento por crear un mundo pacífico en el que podamos irnos a la cama seguros y despertar felices.

El Comité del Nobel concluyó su declaración del 14 de octubre de 1991 con estas palabras: “Al conceder el Premio Nobel de la Paz a Aun San Suu Kyi, el Comité Noruego del Nobel desea honrar a esta mujer por sus firmes esfuerzos y mostrar su apoyo a las muchas personas en todo el mundo que hacen lo posible por alcanzar la democracia, los derechos humanos y la conciliación étnica por medios pacíficos.” Cuando me uní al movimiento democrático en Birmania nunca se me ocurrió que pudiese recibir algún premio u honor. El premio por el que trabajábamos era una sociedad libre, segura y justa donde nuestra gente fuese capaz de percibir todo su potencial. El honor yace en nuestro empeño. La historia nos ha dado la oportunidad de dar lo mejor por una causa en la que creemos. Cuando el Comité del Nobel eligió honrarme, el camino que escogí recorrer por mi propia voluntad se hizo un sendero menos solitario. Por ello le doy las gracias al Comité, al pueblo de Noruega y a las personas de todo el mundo cuyo apoyo ha fortalecido mi fe en la búsqueda común de la paz. Gracias.”

Oslo, 16 de junio de 2012.

Imagen: http://www.nytimes.com/2012/06/17/world/asia/aung-san-suu-kyi-accepts-nobel-peace-prize.html?nl=todaysheadlines&emc=edit_th_20120617.


[1] Una transcripción en inglés está disponible en: http://www.ox.ac.uk/media/news_stories/2012/assk_speech_full.html.

[2] La versión original en inglés y una traducción al noruego puede ser consultada aquí: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/peace/laureates/1991/kyi-lecture_en.html.

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