“No es que tuviera algo en contra del cine, pero nunca le había dado mucha importancia, y en los quince años que llevaba dando clases y escribiendo ni una sola vez sentí la necesidad de ocuparme de él. Me gustaba igual que a todo el mundo: para mí era una distracción, papel pintado en movimiento, una nimiedad. Por muy bellas o hipnóticas que a veces fueran las imágenes, nunca me daban tanta satisfacción como las palabras. Era demasiado explícito, pensaba yo, no dejaba bastante espacio a la imaginación del espectador, y la paradoja consistía en que cuanto más se acercaba el cine a simular la realidad, menos lograba representar el mundo: tanto lo que está en nosotros como a nuestro alrededor. Por eso siempre había preferido instintivamente los films en blanco y negro a las películas en color, el cine mudo al hablado. Se trataba de un lenguaje visual, de una forma de contar historias proyectando imágenes en una pantalla de dos dimensiones. La incorporación del sonido y del color había creado la ilusión de una tercera dimensión, pero al mismo tiempo había robado pureza a las imágenes. Ya no eran ellas quienes se encargaban de todo, y en vez de hacer el cine el medio híbrido perfecto, el mejor de los mundos posibles, el sonido y el color habían debilitado el lenguaje que debían haber realzado”.
Paul Auster en «El libro de las ilusiones”.
Imagen: http://imagenes-de-peliculas.labutaca.net/tag/the-artist?foto=10517.
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