“Champagne, if you are seeking the truth, is better than a lie detector.”
Graham Greene
Me tomó tiempo encontrar mi forma de beber: lento y a solas. Tal vez eso me describa como un alcohólico. Tal vez solo soy socialmente inepto. La verdad es que no me siento a gusto con más de dos personas al mismo tiempo –mucho menos si el alcohol las ha desinhibido–, cuando eso pasa hay algo de pánico en mi expresión, que el común suele confundir con hosquedad. Además me gusta acercarme lentamente al sopor etílico para decidir con tiempo si lo convierto en una borrachera o no.
No creo que beber a solas tenga que ver con miedo a que el alcohol me haga develar mi verdadera personalidad: soy un tipo aburrido que arrastra su grisura sobrio o borracho. Pero supongo que para un espía sí debe ser un problema profesional eso de cambiar luego de unos tragos o peor, empezar a soltar la lengua.
En esta serie de entradas en las que comparo a los espías de John Le Carré con el de Ian Fleming no había repasado la relación de los personajes con el alcohol. Para James Bond es central; pero ahora mismo solo recuerdo a Alec Leamas entre los personajes de Le Carré, quien finge ser alcohólico para que los del otro bando lo fichen como desertor.
Para Bond el alcohol es un fetiche, en su trago favorito está una mujer que amó. En la interpretación de Daniel Craig, a veces parece como si se estuviese bebiendo a Eva Green mientras sorbe una de esas elegantes copas de cocktail: no bebe para olvidar, lo hace para recordar. Leamas en realidad es un proto alcohólico, por eso casi no finge su deterioro.
Bond bebe desde sofisticados cócteles hasta cerveza boliviana si nos atenemos a las películas, mientras que el personaje de Le Carré echa mano de la ginebra. De nuevo Bond gana.
Aunque siento algo de admiración por la disciplina puritana –si es que tal cosa aún existe–, pienso que una de las formas de ejercer la libertad es sucumbir a los vicios, al menos a aquellos que no te convierten en un adicto. Por eso la noticia de que Polar cierra sus plantas de cerveza hace a Venezuela –al menos para mí– aun menos libre.
Casualmente pocos días antes leía una reseña biográfica del maestro cervecero Gerhard Wittl, quien junto al también maestro Carlos Roubicek dieron forma a la cerveza Pilsen de Polar y a la harina PAN. Estos hombres definieron el paladar del venezolano: deberían aparecer en los billetes por lo menos.
Podría recurrir al lugar común y escribir sobre el emprendimiento, el valor del trabajo duro o sobre la modernidad comprimida en un empaque amarillo con la marca PAN en azul, pero no, mi lugar común es la arrechera de no poder tomar la cerveza que me gusta. Ya antes la economía chavista me había impedido beber vino –nunca fui aficionado al whiskey–, dejándome solo el ron y la cerveza, amén de esos aguardientes baratos que te hacen jurar a la mañana siguiente que no beberás nunca más.
Al principio escribía sobre cómo el alcohol puede hacer que te delates, algo fatal si eres un espía. Lo de la Polar delata al chavismo como una banda de rateros ineptos. Ojalá también les resultase fatal.
_______________
La del estribo. He aquí la receta del trajinado Vesper Martini puesta a tono para Casino Royale en 2006 según la revista Esquire: http://www.esquire.com/food-drink/bars/a204/esq1106drinks-84/
Debe estar conectado para enviar un comentario.